miércoles, noviembre 30, 2005

ANAFORISMOS II

Me gusta describir el amor porque me encanta deshacer todo lo que no conozco.

Si existe un corazón leal y fiel, quisiera verlo para ofrecerle en mis brazos un descanso.

El golpe de tu despedida me dolió como si estuviese todavía viva.

El amor es una acequia de deseos reventados.

El único mérito que puedo otorgarle a mis amantes es haberme despreciado. Sin ellos saberlo, han hecho de mí una verdadera yo.

Sigo desafiando a la felicidad. Sólo para saber que existe, lloro de vez en cuando.

La felicidad sólo se construye con la vacuidad de la esperanza.

Si me hubiera limitado a decir lo que siento y no lo que pienso, mi razón no anduviera secando el corazón de tantos.

El amor es un lago de deseos desunidos, pero el desamor... ¡Ah!, el desamor es otra cosa...

La soledad es el horno donde se cuece el más sabio de los panes.

Después de tu beso, la fruta me sabe a sangre.

Mis eternos deseos de morirme... frágilmente bien cuidados.

Cuando mis venas y arterias confabulan con el pensamiento y bajo la piel galopan, es hora. Es el tiempo de que los bosques entramados en la oscuridad, las selvas húmedas y los pálidos desiertos de mi vida se tomen de la mano y digan: Anda y vive.

Aspiro tanto a saber el cómo sí, pues demasiado sé del cómo no.

La tormenta del pensamiento es tan sólo el vapor de un sueño.

Poco saben de mí quienes aún no me inventan: soy la sal del azúcar, soy el licor del abstemio, soy el agua del fuego. Placer del transitorio y espina del que se queda.

La soledad es un regalo, pero todo regalo tuvo alguna vez un precio.

La palabra tiempo no alcanza a rozar siquiera el concepto del misterio. El tiempo no debió haber tenido nombre.

Juzga a quién habla, y te dirás quién eres.

El viento de tu evocación aparta mis ramas. Y yo, diminuta, beso el cielo.

Me confronto, si acaso, con aquello que causé; casi nunca con lo que provoco o exacerbo. Es mucho lo que tengo que considerar.... Perdería la mitad de mi vida en ello.

He logrado comprender el juego: Dejar de desear no es bastante. Ahora debo renunciar a lo aprendido.

De tanto quererme ver ya hasta hablo a ciegas.

El universo ha tomado una velocidad suntuosa. El pronto ayer, como una preciada antigüedad, se cotiza elevado en la bolsa del tiempo. Ya hasta los alacranes han perdido su veneno.

Hoy fue uno de esos venturosos días en los que abrigo decir: pudo haber sido peor.

Estoy creándome de puras muertes por olvido.

He tratado de cumplir con los rituales de la vida. ¿Por qué entonces no me es permitido cumplir ahora con los de la muerte?

El desaliento de la luna nueva me conforma.

Sóplame la vida porque yo no me la sé.

Es cierto que Dios no me hace en este mundo. Me deshace.

Dichosos aquellos que no saben definir al Universo, pues de ellos ha de ser su dimensión completa.

Tengo el desastroso hábito de sentir en demasía.

El amor no sirve para nada. Si acaso para seguir viviendo.

Yo sólo quería saber a qué sabías. Ahora vengo a saber que me embriagué con tu tristeza.

Mi alma es tan delgada como el ala transparente de la mariposa. Tiene miedo, incluso, de un tibio soplo de felicidad.

Me habita la fútil inocencia de una niña que enseña a hablar a su perro.

Sería bueno perder el alma sólo para encontrarla meses después y decirle: ¡De lo que te has perdido, loca!

Maldita madurez que nos impides ser.

Yo no sé leer cuentos, sólo leo corazones.

La única desgracia de atender a la intuición es la intuición de estar equivocados.

El mar es uno para todos. Su misterio y seducción radica en que es capaz de contestarle a cada uno con su propia voz.

El signo de infinito tiene un nudo inescrutable.

Pero las calles son adentro, y adentro sólo transitan los que ya son viejos.